jueves, 18 de septiembre de 2008

Un comienzo con finales

Quien hubiese dicho que te ibas a ir así, tan rápida y fugazmente. Hubiera dado lo que fuera por solo imaginar que te ibas a llevar con vos toda la dicha, el gozo, la gloria. Saber que la última cara que me pusiste fue tu gigante sonrisa, y que mi última charla con vos iba a ser tan sorprendente como reconfortante. Nunca me alegré de escuchar el teléfono sonar la octava vez consecutiva a la mañana porque mamá no tenía ganas de atenter, y sinceramente siempre habían buenas excusas para que algo no me gustara de vos. A veces era la confianza con la que te movías en casa, otras lo seca que eras al cortar el teléfono, otras las pocas ganas que tenía de que me preguntases sobre mi vida y contaras tantos chismes. Pero siempre estuviste, hacías sonar la casa, hacías que la casa se convirtiese en hogar, hacías que el hogar estuviera vivo. Cuando estabas vos reinaba la alegría, sea como fuere. Capaz que hasta se compara a esos malos humores que traen las madres, que al fin y al cabo no encierran más que amor, y finalmente a la hora de partir son los que más se anhelan. Sí, lo sabés, y lo sabías, odiaba antender el teléfono y que fueras vos, pero hoy que no estás no hay nada que quiera más. No me interesa que cante Pilar, o que venga un alumno cualquiera, me interesa que estés, como siempre, a cualquier hora, entre clase y clase, con la puerta abierta y esa voz viva tuya, tan imponente, cantando como si el alma se te escapara. Y pensar que nosotros estamos acá abajo extrañandote. Te lloramos, le rezamos al santísimo por vos, condenados a sentir culpa de la angustia de saber que en algun momento vamos a estar bien de vuelta, aunque falsamente se traduzca en olvidarte. En realidad, sos de esas que no se olvidan, de las que nace el entusiasmo, la pasión por complacer a los demás, por cuidar lo que vive y luchar por aquello que se sueña, por crearnos nuestras propias posibilidades. Así como nos regalaste tantas alegrías, ya es hora de que te brindemos las tuyas, las que trascienden lo terrenal, las del mundo nuevo que estás habitando. Ciertamente nuestra casa no va a ser la misma sin tu presencia cotidiana, pero así como siempre dije, sos un testimonio más que tiene para contar, otro eterno habitante de San Juan 1164, una vida más traducida en canto, ejemplo perfecto de una vida que vale la pena ser vivida. Sé muy bien, cantora y cantante, genia y apasionada, integrante de mi familia, estrella de mar, que nos volveremos a ver. Hasta que así sea.

PD: Nunca escuché a nadie cantar ese negro spiritual como vos, que el firmamento entero se deleite esta vez.

1 comentario:

Popurrí dijo...

Ya te lo dije, pero quería que quede acá grabado: vos tenés que dedicarte a escribir maría clara, sos excepcional!